Un artístico recuerdo

El encuentro fue casual. Fue en una angosta calle a la que hoy no sabría ubicar, ya que sucedió en 1960 como viniendo del almacén de Muracca hacia este lugar. Bastó una seña de mi parte para que detuviera el charret, y ante mi pregunta sobre la ubicación de una quinta de verduras, lejos de responderla, se abocó a informarme pasado y presente de su vida. Empezó por su lugar de nacimiento, España, cosa que ya delatara su acento y verborragia, continuando que había llegado al paísel mismo año que el avión Plus Ultra (1926), que pese al apodo de "Gallego" él era castellano del mismísimo Logroño, que sí, que conocía la argentina, y hacía poco que vivía en los alrededores, de la crianza de algunos animales. Esto siempre en compañía de Dolores, su mujer.
Ese día, el del encuentro, se continuó explayando con gusto. Había ido hasta el pueblo llamado "Los Toros" visitando, como lo hacía siempre, el almacén de un paisano -ese sí bien galaico- para hacerse de algunas cosas que pasó a enumerar como si se encontrara frente a un "Vista" de aduana de barcos con inmigrantes: una botella de anís Los 8 Hermanos -"El Carabanchel ya no viene más", lamentó -dos medias libras de chocolate, eso desde luego para Dolores, y para su paladar exclusivamente un aguardiente y algunos chorizos colorados. Como si mi pregunta no le hubiera llegado continuó una larga exposición sobre las diferencias entre su país y el nuestro, con una durísima expresión hacia el gobierno del Generalísimo Franco. Ya a esta altura, no digamos de la conversación, sino de su monólogo, había desenfundado mi cámara, y ante su sorpresa no disimulada lo enfoqué con la Contaflex y disparé el obturador. Hizo chasquear las riendas sobre el lomo del animal, dijo "vamos Aurora!", y se fue sin saludar. Luego, en el revelado, descubrí su sonrisa.